jueves, 24 de febrero de 2011

Ha parado de llover en Milán



Ha parado de llover en Milán.
Malpensa está silencioso, expectante,
lleno de charcos que reflejan la oscuridad de la noche.
No tengo conexión,
y es tan tarde que es posible que ella esté durmiendo.
Cómo se nota la lejanía y esa ausencia de “post-it” rosas
con que me inunda el espejo del baño.
Es sencillo diversificar las emociones,
saber que hemos dejado abierta la puerta de la casa
y que la compra, por ejemplo, no es sólo una labor tuya,
aunque resuene extraño en su cabeza
el cuarto y mitad de queso de gruyere suizo
y las cervezas Beck’s de lata.
Aprendemos lentamente y me mira
como si todas las madrugadas fuera uno nuevo,
un extraño abrigándole el deseo.





sábado, 19 de febrero de 2011

Metido en la bañera y fumando






Metido en la bañera y fumando
mientras escucho lejanas las notas de jazz
tras las que Miles Davis me empuja hacia el cadalso,
todavía en el mediodía de septiembre,
hay una pausada voz que me habla de ti.
Quisiera tenerte aquí cuando salga del agua
y que tus manos pequeñas me frotaran la espalda
como entonces hacías
a la vez que enumerabas y disertabas
del peligroso tamaño de las verrugas que poseo.
Hay diminutas cosas en la vida
que tienen suficiente peso específico
y que ni Miles ni yo,
por mucho empeño que sigamos poniendo,
nunca podremos cambiar.








lunes, 14 de febrero de 2011

Las palabras de Alfredo Saldaña en la presentación


SOBRE TODAS LAS MENTIRAS QUE TE DEBO


Fernando Sarría es la representación palpable de que la poesía no tiene por qué asociarse a una moda pasajera, un arrebato hormonal adolescente o un sarampión de juventud. Incombustible animador de la escena literaria zaragozana en estos últimos tiempos —desde sus diferentes bitácoras o en las muy diversas actividades de las que forma parte activa—, yo no sé si antes, cuando era más joven —es todavía un chaval, a la vista está—, Fernando Sarría escribía versos. En todo caso, si los escribía se los debió guardar para sí mismo porque, si las cuentas no me fallan, su primera entrega poética no apareció hasta 2008, cumplidos ya los cincuenta años. Ese primer libro fue El error de las hormigas y lo editó Nacho Escuín. En la contracubierta de aquel libro se advertía que su autor había escrito poesía “desde siempre” aunque tuviera que abandonarla por circunstancias que no vienen ahora a cuento. Aquel volumen se cerraba con un brevísimo poema, memorable, que en sus dos contados y medidos versos decía: “Silencio./En el viento, silencio y desierto”. Tras esa primera entrega, al año siguiente, vio la luz El Alhaquín, volumen con el que obtuvo un primer accésit en la quinta edición del Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón. Fernando me dedicó un ejemplar de ese libro con el deseo, y creo que cito sin traicionar ningún secreto, de que me gustara aunque ambos estuviésemos —así, al parecer, lo veía él— en orillas distintas del mismo río poético. Sin embargo, abro todavía hoy ese libro, casi al azar, y encuentro líneas tejidas por mano sabia que me emocionan, que me conmocionan, con las que me identifico y en las que me reflejo plenamente. Líneas como: “Un pájaro sabe de mí y calla” o “Un tren en la noche es un faro en el mar de la desolación”. Y ahora publica Todas las mentiras que te debo. En tiempos como estos, en los que el sistema literario se caracteriza por la precipitación con que poetas y editores afrontan habitualmente sus publicaciones, sorprende de una manera muy grata asistir a la presentación de un libro de poesía de una persona que respeta el oficio poético y valora sus entresijos más preciados, lo cual quiere decir que la escritura poética no tiene por qué someterse ni a la tiranía del mercado ni a la inmadurez ciega de tantos escritores anonadados por la gloria.
En Todas las mentiras que te debo la palabra es desafío del lenguaje a la posibilidad de su propia extinción, acontecimiento que se disuelve en la imagen que lo genera, y en ese sentido junto a las imágenes poéticas hay toda una arquitectura sonora y musical que arropa y envuelve el discurrir del relato, el desarrollo de las historias que se narran y que desempeña un papel importante en la construcción del texto. Así, junto a la presencia recurrente de Leonard Cohen, que actúa de hilo conductor, otras voces, otros géneros y registros musicales se escuchan como melodía de fondo en este libro: Elton John, el tango, “la voz insondable de un saxofón”, Ben Webster, el jazz, Miles Davis y su tompeta, la música que programa Kiss FM, “las viejas canciones que tienen sabor a oporto”, Pink Floyd, Patty Smith, “una romanza de Beethoven”. En fin, sonidos muy diversos llamados a musicar la diversidad de situaciones en que se materializa finalmente la vida. Compartimos —al margen de todas nuestras diferencias— un entramado de recuerdos y de deseos en el que vamos dejando testimonio no solo de lo que hemos sido sino también de lo que hubiéramos querido ser, y ese entramado se entreteje —por obra y gracia del alhaquín de turno— de una forma particular en la poesía, ese lugar al que estamos convocados y en el que permanecemos unidos gracias, entre otras cosas, a la imaginación y la inteligencia. La poesía ha sido desde siempre una práctica que desafía a todas las respuestas y donde estas constantemente nos parecen insatisfactorias. Mucho de todo esto hay en los poemas que Fernando Sarría ha agrupado bajo el título de Todas las mentiras que te debo, un libro que —ya desde la ironía que su propio título convoca— nos habla de pérdidas y ganancias, olvidos y recuperaciones, renuncias y promesas, un libro planteado como el viaje que un sujeto lleva a cabo a un mundo cuyo tiempo y espacio no habitan ya sino en su memoria, esto es, en su deseo, porque, como se lee en el poema que abre el libro: “Conmigo vienen, difuminándose, los pequeños retazos de lo muerto,/los nombres y lugares del pasado, la esencia del tiempo que he vivido”, y ello en una especie de travesía en la que el sujeto lírico —como sucedía en libros anteriores— comparte con un tú femenino que es al mismo tiempo cómplice y adversario, compañero y antagonista, unos viajes que atraviesan tiempos y escenarios recurrentes: atardeceres en los que se escucha el rumor de unos pasos perdidos, avenidas urbanas solitarias, estaciones de tren, habitaciones en las que el amor lucha por hacerse un hueco entre las cenizas del sexo, plazas anónimas donde abandonarse y en las que certificar el olvido.
Estos poemas tienen algo al mismo tiempo de cuaderno de bitácora y de banda sonora de una existencia ya que esa voz sabe muy bien que hacemos el mundo nuestro en la medida en que lo nombramos y que la vida no es nada si no hay nadie que la cite. Vivir en las palabras, ir tras ellas encendiendo “las lámparas de la noche” o ensalzando “la lluvia con todo su silencio”. Yo creo que para Fernando Sarría la poesía es palabra que refleja la huella de un tiempo vencido, palabra que lucha por permanecer en la memoria una vez que ha hecho su trabajo el ángel del olvido. Así, Todas las mentiras que te debo es un acto de restitución, un canto en contra del olvido, y frente al olvido, el silencio y la oscuridad amenazantes, la voz que aquí escuchamos pretende en su particular facebook sellar una escritura —un libro— que deje testimonio de su propia imagen, su identidad más vulnerable, consciente de que la vida no se halla muchas veces tanto en lo que se cuenta como en lo que se calla. La vida, como la escritura, es un trayecto de ida y vuelta, un viaje que llega cargado con todas sus metáforas: caminos, trenes, aeropuertos, habitaciones de hotel, muelles, aves migratorias, autobuses, mochilas.
Al margen de grupos y grupúsculos literarios más o menos organizados, Fernando Sarría ha ido elaborando una obra poética singular en el panorama literario aragonés de estas últimas décadas, dotada con unas señas de identidad con denominación de origen, rasgo de estilo que todos pretenden pero muy pocos alcanzan. La de Fernando Sarría es una voz con un sólido dominio del ritmo y la musicalidad (y ello se aprecia en casi todos los textos recogidos en este volumen), una voz, por otra parte, no prefijada sino recreada en cada línea, allí donde el texto es —como diría Bachelard— explosión del lenguaje o —como diría Kierkegaard— huella de las heridas de la posibilidad. Y ahí la memoria, rescatada de los rescoldos del incendio de la vida, desempeña un papel relevante, es testimonio de la pérdida y la desaparición. Leamos estos poemas que configuran, sin duda, el mejor de los libros escritos por su autor hasta la fecha.



Alfredo Saldaña







sábado, 5 de febrero de 2011

Dejarla durmiendo en la habitación del hotel podía ser una locura







Dejarla durmiendo en la habitación del hotel podía ser una locura,
una locura o todo un nuevo mandamiento.
Cuando empezaba a clarear,
su cuerpo se dibujaba como grisalla
sobre mármol blanco,
el esbozo perfecto de la ternura y el silencio.
La calle no dejaba de recordarme que estaba cerca
y yo sentía que ella me seguía besando como el frío del otoño.
Sin embargo, aceleraba mis pasos para buscar un bar
donde dejarla olvidada entre sorbos de café bien cargado.
Todavía quedaban ciertos borrachos solitarios,
quizás los que no se resguardaban ya de nada
y no les importaba perderse cada noche
porque todo lo habían perdido ya en cualquier sueño.
Persistía su respiración junto a mi boca,
seguía notando el pulso de su corazón en mi mano
como cuando me desvelaba el roce de su cuerpo
y solo podía vigilar a aquel océano inquieto.
Después solo me quedaba marcharme,
sin más bagaje ni temor que la muerte anunciada,
la que dejaba el saber que debía coger el tren de las siete,
para irme tan lejos como los más de trescientos kilómetros
que nos separaban a diario.