jueves, 20 de enero de 2011

La presentación de Alfredo Moreno del libro



Presentación de Alfredo Moreno del libro Todas las mentiras que te debo,

Personalmente me siento un poco extraño sentado aquí, en la presentación de un libro de poesía. He de reconocer que en esto de la poesía soy un converso, que durante mucho tiempo bien pudiera haber suscrito la famosa cita de Cocteau, La poesía es imprescindible, pero no sé para qué, y que hasta hace apenas cuatro años mi relación con la poesía, como con casi todo, a través del cine, se limitaba a la escena de El club de los poetas muertos (The dead poets society, Peter Weir, 1989) en la que un joven alumno al que se le ha encargado la redacción de un poema para clase de literatura, lee ante sus compañeros lo siguiente: “El gato se sentó un rato” (en la versión original: The cat sat on a mat). Sin embargo, hace unos cuatro años, como Obélix, caí en la marmita, y de repente empezaron a aparecer poetas en mi vida, a crecer como las setas, hasta el punto de que hoy tengo poetas en el trabajo y fuera del trabajo, ceno con poetas, salgo de copas con poetas, voy al cine con poetas... Poetas hasta en la sopa. Sopa de letras, por supuesto. Pero los quiero igual.
Con todo, si una persona para la que el cine es una de las tres o cuatro cosas que más le interesan en la vida pinta algo en la presentación de un libro de poesía, está claro que tendría que ser en éste. Y no sólo por la referencia a las mentiras del título –el cine, como la poesía, es una de las pocas mentiras organizadas que toleramos, porque, si bien aceptamos que alguien nos cuente una auténtica trola, la reconocemos como tal, y la consentimos precisamente porque nos despierta emociones y sentimientos que son muy reales-, sino porque la poesía de Fernando también tiene mucho que ver con las formas del cine. Sus versos son como planos de detalle (aquellos planos que particularizan en un gesto, un rasgo o un objeto que son depositarios de un valor simbólico o narrativo significativo, depositarios de una información indispensable para caracterizar la escena, la secuencia o el argumento), instantes congelados, como una foto-fija (fotografías del rodaje que se tomaban con fines publicitarios y que solían adornar el vestíbulo de las salas de cine cuando tenían vestíbulo... Y no como ahora, que parecen el Chiqui-Park) que uno observa y tras la que adivina historias.
Pero la poesía de Fernando también tiene que ver con el cine en cuanto a los escenarios. Todas las mentiras que te debo es casi una road-movie, que mezcla localizaciones geográficas muy concretas (París, Nueva York, Ámsterdam), incluido un periplo mediterráneo (Marsella, Génova, El Pireo, Estambul) que recuerda la singladura de Una película hablada (Un filme falhado, Manoel de Oliveira, 2003), con otros de carácter impreciso pero muy evocadores, como el desierto al más puro estilo Wenders, cruzado por esa línea gris de una carretera con destino a no se sabe dónde, o las madrugadas urbanas, oscuridad apenas iluminada por unos breves puntos de luz. Y también, hablando del tema de la pérdida y la ausencia, los lugares donde tan a menudo empiezan y/o terminan las historias, también un cine de despedidas: las estaciones, los aeropuertos, los puertos marítimos o fluviales, lugares de tránsito permanente, como las cafeterías (esas cafeterías de la noche neoyorquina, abiertas las 24 horas, que tan bien ha filmado Scorsese en Taxi driver (1976) o After hours (1985), o vehículos para ese tránsito, como los taxis, igualmente testigos de la noche de los que el cine guarda memoria en las películas de Scorsese o también en Noche en la tierra (Night on earth, Jim Jarmusch, 1991), en la que se retrata la noche de cinco ciudades diferentes desde el interior de un taxi. Por otra parte, también es un poemario con banda sonora (Leonard Cohen, Giusseppe Verdi, Pink Floyd, Elton John, Patti Smith, el omnipresente jazz, o la música de Kiss FM, que recuerda a las melodías ambiente de salas de espera y ascensores).
Los versos de Fernando esconden referencias directas al cine. En primer lugar, la mención directa al comienzo de un poema del pintor Edward Hopper, inspiración de una larga lista de cineastas, de Hitchcock a Wenders, de Antonioni a Coppola, de Bogdanovich a Scorsese, de Antonioni a David Lynch (y además, entre otros muchos, Leone, Brooks, Sirk, Huston, Carné, Siodmak, Delbert Mann, John Sturges, Boorman, Herbert Ross, Sam Mendes, Todd Haynes...), que guarda relación con el carácter de fotograma congelado, de foto-fija, de los versos de Fernando. Pero también hay referencias explícitas al universo de Leonard Cohen que retrata I’m your man, el documental de Lian Lunson (2006) sobre el músico canadiense, y al clásico de Louis Malle Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour le l’echafaud, 1957). También, además de evocar los besos en blanco y negro que bien pudieran ser los que se encadenan en los últimos cinco minutos de Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1988), hay presente una invocación estética a la obra maestra de Kieslowski Tres colores: rojo (Trois couleurs: rouge, 1994), con esas imágenes en las que, ya sea ocupando casi toda la pantalla, ya como pequeñas notas de color, el rojo es protagonista prácticamente de cada plano.
Asimismo, hay unas cuantas referencias implícitas que pueden extraerse de la lectura de algunos versos, en particular

He tomado un taxi para huir de ti,/para desprenderme metro a metro del agobio de mi deseo

invita a recordar la maravillosa escena de Atrapado por su pasado (Carlito’s way, Brian de Palma, 1993) en la que Al Pacino y Penélope Ann Miller, en un taxi, deseosos de huir del mundo de corrupción y crimen organizado en el que viven, se detienen a comprar los billetes para un viaje que los lleve lejos de allí. La cámara, en lugar de seguir a Pacino, la estrella de la película, fuera del taxi, se queda con ella, reflejando en su rostro mudo la convulsión interior de una persona que ha de decidir el resto de su vida en apenas tres minutos, que no sabe si pedirle al taxista que ponga el coche en marcha y huir de allí sin él. Igualmente

Abrazados sobre el suelo veremos el cielo demoledor,/la caída intrascendente de otros mundos pequeños/iluminándonos desde tan lejos/como luciérnagas del Universo

remite, por ejemplo, a la escena de Antes del amanecer (Before sunrise, Richard Linklater, 1994), en la que Ethan Hawke y Julie Delpy se abrazan con nocturnidad sobre la hierba de un parque vienés mientras hacen planes acerca de si encontrarse o no de nuevo allí dentro de seis meses, y

Ando por las calles en trayectos cortos, de mi casa a la tuya,/subo en el ascensor y rozo tu puerta con la punta de mis dedos (...)/Pero está vez ya no anocheceré contigo.

trae a la memoria la escena final de Manhattan (Woody Allen, 1977), con Woody corriendo por un Nueva York en blanco y negro en busca de Tracy (Mariel Hemingway), para confesarle que cometió un error dejándola y a punto de descubrir que ella se marcha para siempre. O la imagen atribuible a Almodóvar de

en el vaho de los cristales,/en los que siempre dejas tus labios rojos.

Referencias explícitas, implícitas y evocaciones que hacen que, si tiene razón José Luis Garci y en verdad somos las películas que hemos visto, también somos los poemas que hemos leído, y ambos, el cine y los versos de Fernando, son hermosas mentiras que se nos deben.




2 comentarios:

MaLena Ezcurra dijo...

No tenés idea de lo feliz que me siento por ti.


Bravo!!!!


M.

laMima dijo...

Estupendo tenerlo por escrito pero...ains....en directo suena más Alfredo....
Fantástico. Kises.