sábado, 9 de marzo de 2013

Nadie me besó al llegar a París




Nadie me besó al llegar a París
a pesar de que en la Gare d´Austerlitz
las mujeres tuvieran su mirada puesta en lejanías
y sus labios rojos todavía hubieran podido detenerse en mí.
Mi mochila anunciaba un viaje sin regreso
y aunque me perdí en los muelles pulcros de Ámsterdam
y en sus luces rojas
encontrara reflejos dulces por todas las bocas,
nadie, que yo recuerde,
selló el tatuaje de mi pecho.
Ni siquiera cuando en Marsella
sus sombras tenían color de arena
y eran sus cuerpos un oasis traído del desierto.
Tampoco en Génova bajo la luz del este
que anunciaba en sus ojos el adviento.
Ni siquiera en El Pireo mi rastro fue más allá de una noche,
la que puede durar un paquete de cigarrillos turcos
y una botella de metaxa.











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